Los muertos también hablan. Primera parte
Por Andrés González Arias La tarde-noche del jueves 28 de abril, la madrugada del 29, fueron de pesadilla, de abierto llanto; la horrible pesadilla de […]
La tarde-noche del jueves 28 de abril, la madrugada del 29, fueron de pesadilla, de abierto llanto; la horrible pesadilla de la enfermedad; el llanto que arranca la partida de un ser querido.
Ahí, en el incómodo lugar de la sala de espera de un hospital, estaba reunida toda la familia. Y no se separaron ni un solo momento desde que fue internado. La señora, Lucía Rico González y sus tres hijos, José Luis, Luis Mario (bam bam) y Ada Iris.
En esa misma semana, el Lic. José Luis Aguilera Ortiz había llegado de El Salvador. Fue a ofrecer una conferencia a los grupos de doble AA y de paso, saludaría a su amigo Nayib Bukele, presidente de ese país, con quien guardaba amistad desde hace algunos años. Amistad que sigue con el Lic. Aguilera Rico.
Cuando llegó a Querétaro, es que su familia algo le notó y le pregunta:
¿Te sientes mal?
No, para nada. Solo traigo un pequeño dolorcito clavado en la parte baja del estómago. Nada de cuidado. Ya se me pasará.
Con las horas, el “dolorcito” empeoró. Y a regañadientes es que Aguilera Ortiz acepta que lo lleven al hospital, para una revisión. Es la tarde del jueves 28.
Desde El Salvador, donde duró casi una semana, había estado atento a la situación de la solicitud de la Asociación Civil “Coincidir por Querétaro”, que la habían pasado para la Sala Monterrey del TEPJF, instancia a la que subió cuando el Tribunal Electoral del Estado de Querétaro no lo pasó.
Aguilera Ortiz fue el formador de esta asociación civil, cuando ya había tenido cursos intensivos y aleccionadores dentro del Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que abandonó cuando abría el siglo que corre.
Ese partido, el PRI, fue en realidad el partido de sus amores, pero en el que nunca fue nominado para ningún cargo de elección popular, cuando había ingresado a este desde muy joven y siendo todavía universitario.
En el PRI y siendo presidente el Dr. Marco Antonio León Hernández, que después se haría su compadre, fue secretario de organización, secretario general del CDE, delegado especial en el municipio de San Juan del Río en el año de 1994, justo cuando fuera “negociada” la alcaldía y que hasta el PRI, en protesta por ello, hacen una sonada toma de la Caseta de Palmillas. En esa toma de caseta, estuvo Aguilera Ortiz junto con su dirigente estatal. El resto de la historia ya se conoce.
Bueno, pues por su trabajo como delegado especial en aquel municipio es que el gobernador, Enrique Burgos le solicita ser el candidato local por el PRI. Sin embargo, a unas cuantas horas de su registro, le llama el gobernador para comunicarle que hubo algunos cambios en las propuestas y que sería otra persona la que encabezara la fórmula del PRI para ese distrito.
“Fue lo más cerca que estuve de ser diputado local” me platicó un día Aguilera Ortiz.
En el año de 1997, cuando terminaba como gobernador Enrique Burgos, es que el PRI volvía a realizar la elección de sus candidatos a las alcaldías de Jalpan de Serra y de Peñamiller, con consulta a la base militante, tal como ya lo había hecho en las intermedias del 88 con Mariano Palacios, cuando ya se dejaba sentir una de las primeras crisis del PRI.
Eso nadie se lo podía contar a Aguilera Ortiz porque las había vivido y visto desde adentro. Esa fue la gran escuela que lo formó, políticamente, del armado y desarmado de activistas, de obediencia institucional, de disciplina al régimen.
Así conoció a Luis Donaldo Colosio siendo este candidato. Y que, junto con la dirigencia estatal del PRI, le armaron aquí en el 94, el programa de su visita, apenas mes y medio antes de que fuera asesinado en Lomas Taurinas.
Sueños que también rompe la política.
Pero el país entraba, por el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, en completa ebullición. Y también todo este trance lo vivió desde adentro Aguilera Ortiz.
El resto de la historia es de sobra conocida. Incluso se mencionó al queretano, Fernando Ortiz Arana como presidenciable. “No tenía, Andrés, la voluntad política del presidente Salinas para esa candidatura”, me dijo un día el propio Fernando Ortiz Arana en la sala de su casa de Constituyentes.
Entonces y para las elecciones del 97, Fernando Ortiz Arana se veía como el fuerte candidato natural del PRI para gobernador. Para sorpresa hasta de Fernando, es que se registra su hermano José también como candidato a gobernador por el Partido Cardenista, el PC. Este venía enviado desde la Secretaría de Gobernación para zancadillear a Fernando. Y así se lo dijo José Luis a Fernando. “La gubernatura, señor candidato, ya viene negociada. Ya se negoció Querétaro”. Fernando nunca le creyó, pero ese fue el desenlace.
En el 2000 y con el PRI ya sacudido por la segunda o tercera crisis interna, es que abandonan este partido tanto León Hernández como José Luis Aguilera Ortiz. Y en unas cuantas semanas –así, literal– es que ponen en pie en Querétaro al Partido Auténtico de la Revolución Democrática, el PARM, partido siamés al PRI. Y clavan diputado para la legislatura local. Quien encabezó la propuesta fue León Hernández.
El entrenamiento seguía.
Pero los días del PARM estaban contados, tal y como ahora –posiblemente– los tenga el PRI.