LA PILA DEL AHORCADO Y MACEDONIO “EL CUCHO MONTES”

En una de las acciones del gobierno estatal, se anuncia el rescate de “La Fuente del Ahorcado” la que se ubica en la avenida Ignacio Zaragoza, casi esquina con Pasteur, frente a la Alameda Hidalgo y señaló “el rescate” porque la histórica fuente está ahogada entre comercios, un barandal y el poste de concreto, que puede ser tomado “como un monumento a la falta de sentido común” por parte de algún Ingeniero de mentalidad cuadrada, al que su limitación le impidió recorrer el poste, un pequeño tramo de ciento cuarenta y siete centímetros y medio con dirección al oriente, para que no quedase frente a este lugar.

Qué bien que se dignifique la que era conocida como la “Pila del Ahorcado” porque tiene una gran carga histórica, por estar en un tiempo el cadalso frente a ella, y que a pesar de que fueron muchos los ahí ajusticiados, uno de ellos, por su fama, le dio el singular nombre. Macedonio el “Cucho Montes” célebre bandolero nacido en “Juchitlan” hoy Colón, siendo sus padres José Antonio Montes y María Luisa Resendiz, niño marcado por un defecto físico que influyó mucho en su carácter.

La fama de Macedonio el “Cucho Montes” corría por todo el pueblo, al saberse, que robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Conociéndose también, que en un tiempo fue soldado y que desertó, conservando una gavilla de treinta o cincuenta hombres, y de su bondad existían muchos testimonios, tanto de viudas que junto con sus hijos pasaban hambres o como de ancianos desvalidos, olvidados por sus hijos, a los que el “Cucho Montes” socorro de una manera regular.

La gran movilidad y su destreza para despistar a sus perseguidores, lo hacían sumamente escurridizo, a pesar de las intensas búsquedas de que era objeto. Solamente presentaba un punto débil “su forma de hablar tan característica” pero pocos conocían su cara; a no ser, que por gratitud, se vieran limitados a delatarlo, porque ya para entonces muchos lo consideraban un santo.

Mucho tiempo transcurrió y durante él, Macedonio robó por todas las poblaciones cercanas a Querétaro, quedando consignado su último robo en el expediente judicial que se le siguió, robo que se dio el día 20 de Julio del año de 1838 y perpetrado en la iglesia de

Huimilpan, en donde sustrajo la corona de oro del Cristo y la ropa del párroco, lo que fue su perdición, porque se las encontraron cuando lo aprendieron disfrutando de un baile en la Cañada.

Durante dos años permaneció el “Cucho Montes” en la prisión; en la cárcel que se encontraba en la casa de la Corregidora, hoy Palacio de Gobierno y durante el juicio que se le siguió, la prueba definitoria de su culpabilidad, fue el producto del sacrílego robo de Huimilpan y a nadie le extrañó, que dos años después, amanecieron pegados en las esquinas de la ciudad, los lienzos de papel en donde se anunciaba el Bando condenatorio con la pena de muerte del acusado Macedonio, el Cucho Montes, señalando el día 17 de Diciembre del año de 1840 como la fecha para su ejecución.

Un día antes de su muerte, y ya reconfortado por los sacerdotes “crucifixes”, Macedonio el “Cucho Montes” hizo su testamento, dando sus generales y dejando tres yuntas de bueyes y una deuda de tres mil cuatrocientos pesos, que le debía un extranjero radicado en Salvatierra, de la que se debería deducir el precio de dos finos caballos, que él había recibido. Al día siguiente; el señalado para su muerte, Macedonio salió con rumbo a la Alameda, escoltado por la policía y acompañado por los sacerdotes que lo auxiliaban, y un pregón, que en las esquinas gritaba para enterar al pueblo, de el motivo de la ejecución, y llegando al lugar señalado, fue sentado en un banco que se encontraba sobre la tarima del tablado, construido frente a la pila de la Alameda, le cubrieron la cabeza con un saco negro y le pusieron “la mascada metálica” en el cuello, a la que el verdugo anónimo apretó por medio de un tornillo que daba vueltas, en el preciso momento que los que rezaban el credo decían, “y subió a los cielos”.

Rápidamente la noticia de su muerte se supo y en la Cañada, que resultó el lugar de su aprehensión, porque le gustaba mucho ir a divertirse ahí, el pueblo comenzó a pedirle favores a su alma, para resolver sus angustias y unos años después ya existía un busto en el atrio del templo que representaba al bandolero, hasta que un sacerdote de apellido Jaime disgustado y juzgándolos de idolatría, lo estrelló contra el suelo rompiéndolo en pedazos; después de esto, “veintiún días exactos transcurrieron, para que el señor cura pasara a mejor vida”.

La veneración al “Cucho Montes” continúa hasta el día de hoy, pero ya de una forma discreta y solo por los viejos del pueblo de la Cañada, considerándose un muy antiguo cuadro en la iglesia de San Pedro, en donde una de las almas del purgatorio es el “Cucho Montes” que los lugareños con mucho ingenio supieron manejar sin tener que arriesgarse a una segura negativa del párroco; de esto hace ya muchos años y muchos párrocos han pasado y dicho cuadro es ya parte de una tradición centenaria de la fe, al que con su fama le dio nombre a “La Pila del Ahorcado”. (Los pobladores de la ciudad las llamaban pilas, por estar en la pared y no fuentes, que eran las de las plazas públicas)

Como un recuerdo a los abuelos.

Periódico Raíces