La Hacienda de Carretas.
Con el paso de los años, esa pequeña y rustica construcción se fue transformando hasta ser una muy importante Hacienda propiedad de distinguidos y muy conocidos personajes de nuestra historia…
Por: Jaime Zuñiga; Querétaro Qro., 1 de abril de 2021
En el templo de San Francisco de la Puebla de los Ángeles, reposan los restos mortales de quien en vida fue conocido como Sebastián de Aparicio del Prado, cuando en 1536 llegó procedente de España al nuevo mundo en búsqueda de fortuna, como tantos otros que lo hacían, cuando se hablaban maravillas de lo que se suponían que eran las indias, –y no se exageraba–, ya que las riquezas abundaban despertando ambiciones de los intrépidos aventureros, que en pocos años lograban acumular grandes fortunas.
Sebastián de Aparicio contaba con 34 años al llegar a las costas de Veracruz, cuando apenas habían trascurrido un poco más de veinte años de la caída de la gran Tenochtitlán, cuando aún todo era virgen y el traslado de Veracruz a México, se realizaba por veredas utilizadas por los “indios”, y al tener que padecer en carne propia lo pesado del viaje, Sebastián pensó en hacer que este se facilitara, mejorando el camino, e inició esto en el tramo de Puebla a México, en donde se instala por poco tiempo, el que fue lo suficiente para ver como los nativos eran explotados por los encomenderos, que los trataban “como recuas de naturales”, que en sus lomos cargaran mercancías y que eran flagelados por el látigo de quienes se sentían sus dueños.
Ese espectáculo de ver a hombres sufriendo en largas jornadas, mientras se discutía en el vaticano si deberían de ser bautizados o no, al ponerse en dudad el que tuviesen alma para merecer el sacramento. Sebastián de Aparicio ante lo que consideró una injusticia, se conduele de los indígenas, enseñándoles los sistemas agrícolas españoles para que aprendieran a sembrar y mejoraran sus condiciones de vida, ganándose con esto su confianza. También se ganó su respeto, porque lo veían amansar a bravos toros hasta lograr someterlos y que lo obedecieran, cuando les amarraba el arado y lo jalaban. Esto acontecía apenas se iniciaba la llegada del ganado bobino del que el joven Sebastián conocía todo para su manejo y sabía cómo utilizar su fuerza.
Para ese tiempo – a finales de la década de 1540 – existían solamente tres carretas en la Nueva España, las que Hernán Cortes había traído de España para la construcción de sus palacios, y estas dieron a conocer la rueda en estas tierras como elemento del transporte. Sebastián de Aparicio, pensando en aligerar el sufrimiento de los naturales, comenzó a construir carretas en la ciudad de Jalapa, las que tan pronto eran terminadas, se ponían en servicio para el transporte en ambas direcciones –de México a Veracruz–, siendo su dueño el primero en tener un negocio de transporte en este lado del atlántico.
Se dice que en cuatro años, el agricultor y transportista Sebastián de Aparicio, ya era dueño de una gran fortuna que le permitió abrir nuevas rutas, llegando a San Juan del Rio primero en 1547 y muy poco tiempo después, abrió camino hasta Querétaro, cuando aún era pueblo de indios y, lentamente era habitado por muy escasos españoles, con los que Sebastián de Aparicio pocos tratos tenía, al seguir muy cercano a los indios que se encargaban de acercarlo a otros grupos de los bravos chichimecos; como lo eran los que vivían cerca de una laguna, lugar escogido por Sebastián para la remuda de bestias y mesón de “Carretas” por la cercanía con el agua, terreno muy próximo a lo que en 1531 fueron las tierras repartidas por Fernando de Tapia, Juan Sánchez de Alanís, San Luis Montañés y Fernando Pérez de Bocanegra.
Y cuando se conoció que en donde estaban los “Zacatecos” se había descubierto por el español Cristóbal de Olid, “una montaña de oro y plata” y se había fundado un real de minas conocido como de Zacatecas, donde después se presentó un conflicto por el maltrato a los trabajadores indígenas, y al ser expulsados los españoles, la gran cantidad de mineral extraído quedó ahí abandonado.
Sebastián de Aparicio conoció de ese problema, y el camino que se tenía que recorrer al lugar del mineral acumulado, que sumaba ya miles de arrobas, y la única forma de extraerlo era por Querétaro, que era la vía más segura, pero el camino solamente existía de México a Veracruz y para Zacatecas existían veredas, las que Sebastián con sus carretas de bueyes y ayudado por sus amigos los indios, se encargó de abrir, primero a lo que serían San Juan del Rio y después a Querétaro.
La ambición de los mineros de Zacatecas, hace que los indígenas sean muy mal tratados y al no soportarlo se revelan, sacando a los españoles de esos lugares, permitiéndole el paso únicamente a nuestro mencionado transportista, sin ninguna escolta, –como fue la condición–, para poder sacar la plata, lo que Sebastián fue realizando hasta 1552, en que pasando por ésta región, salió por última vez del Mesón de Carretas que ya se había trasformado en un lugar de paro obligado, en donde los viajeros que se transportaban ya sobre las carretas, podían descansar con seguridad para reponerse de la pesada jornada.
Una gran parte de lo que después se conocería como: “Camino Real de Tierra Adentro” fue abierto por Sebastián de Aparicio, y no se pone en duda, que fue él quien comunico a Querétaro con un camino a la ciudad de México, y que gracias a su esfuerzo, por estos caminos que de aquí partían, se transportaron mercancías, se movilizaron soldados, llegaron viajeros a poblarla, se desplazaron frailes para la evangelización de gran parte del territorio y se logró también – gracias a estas rutas de las que el lugar conocido como Carretas fue parte muy importante – la civilización y conquista de los territorios del norte. Y de aquel incansable viajero que hizo estancia obligatoria en nuestro suelo, quedó testimonio de su presencia, al conservarse hasta nuestros días, el nombre de “Carretas”, al sitio en el que remudaba a sus bestias y reparaba sus carromatos. Lugar por el que, según sus biógrafos, tenía muy especial predilección, y que lo hizo parada obligatoria.
Cuando don Sebastián de Aparicio del Prado, después de que por sus manos pasaron grandes riquezas y no le quedaba ya nada –porque todo lo daba para ayudar al prójimo–, decide –a los setenta y dos años de edad– unirse a los frailes franciscanos como lego sin profesar, continuando con su entrega y gran amor a los pobres, –a los indios–, a quienes siempre protegió, y los que tanto lo quisieron. Y el día 25 de febrero del año de 1600, falleció a los 98 años, en la ciudad de Puebla, quedando su cuerpo al resguardo de sus hermanos franciscanos como una muy preciada reliquia del ya Beato Fray Sebastián de Aparicio, en espera por más de trescientos años para su canonización.
Con el paso de los años, esa pequeña y rustica construcción se fue transformando hasta ser una muy importante Hacienda propiedad de distinguidos y muy conocidos personajes de nuestra historia. Algunos de ellos fueron Don Antonio Castillo y Llata segundo conde se Sierra Gorda. Don Desiderio de Samaniego prefecto de la Ciudad. Don Timoteo Fernández de Jáuregui. En la década de los cincuenta del pasado Siglo. podíamos aún contemplar grandes rebaños pastando junto al Acueducto y en las milpas vecinas Hoy, su gran extensión de tierras, se transformaron en modernos fraccionamientos y de su casco poco queda a un lado del señorial Acueducto, en donde se inició una gran construcción que está abandonada.